Vivía en la selva. Tuvo cuatro hijos. Dos nacidos del amor más profundo e intenso y otros dos nacidos del odio, del abuso. Cuatro hijos como las cuatro direcciones, los cuatro elementos, las cuatro razas humanas.
Murió con 36 años con dos hijos muertos y dos mujeres vivas que honraron su vida, su poder y talento.  Murió enterrada viva porque sabía demasiado, veía lo que había en las almas. Intentaron cegarla, pero cuanto más la cegaban, más veía. Conocía el miedo del hombre, que es la arrogancia, el poder, la mentira. Escupía los secretos de las personas en su cara cuando trataban de atraparla.

Amaba la tierra, las plantas, era amiga de los animales. Comprendía y hablaba con los elementos de la Naturaleza. Su conocimiento para sanar a través de la medicina de las plantas, de invocar la energía sanadora del alma dentro de las personas, era innato, no lo aprendió de nadie. Invocaba medicina a las estrellas porque sabía que recibía una contestación en sanación, en luz, confiaba y dejaba que se hiciera.

El fuego era su aliado en el día a día. En su casa había una lámpara de aceite siempre encendida, como la luz perpetua de la Madre Naturaleza, guardiana de su templo sagrado. Todo alimento se calentaba con esa llama.

Ella vivía en las faldas de un volcán, en un lugar donde la tierra estaba siempre caliente. Su marido, con quien se casó a los 16 años, murió asesinado por tribus de indígenas. Era constructor de templos sagrados. Él reconocía los lugares donde se cruzaban líneas energéticas importantes, las huacas, y llamado por los maestros de luz, empezaba la construcción guiado por visiones que tenía gracias a plantas medicinales y trances profundos.

Wichexhl, que así se llamaba, seguía una metodología de construcción proveniente de la Atlántida. Dentro de sus templos había cámaras de regeneración celular y portales para viajar en el tiempo y mantenerse en perfecta salud. Sólo él sabía cómo activar el sonido para poner en marcha las cámaras.  Había construido un templo y dos pirámides en el corazón de la selva. Era un hombre aparentemente joven, pero gracias a su trabajo no envejecía, tuvo muchos hijos, nietos, bisnietos y varias mujeres. Cuando conoció a Anhauitt, ella tenía 15 cumplidos y él, alrededor de 84 solsticios. Mantenía un secreto al que sólo podían acceder los sacerdotes. Pero las tribus cercanas no entendieron que él no decidía donde edificar y aunque fuera territorio sagrado para otros, levantaban templos sin pedir permiso.

Así pues, cuando la tribu no recibió ningún acuerdo ni ninguna invitación para tomar parte de la construcción, decidieron envenenar y asesinar a la persona más importante del proyecto para que no lo terminaran y lo tuvieran que abandonar.
Anhauitt tenía dos hijos pequeños cuando se quedó viuda. Esa noche del asesinato, fueron a su hogar para llevarla al lugar donde tenían amarrado a su marido, le lancearon hasta verle morir, y a ella, le violaron repetidamente y quedó embarazada.
Al año de lo sucedido, decidió construir su hogar en el lugar abandonado donde mataron a su marido, el cual, se aparecía y vigilaba en espíritu ese nuevo hogar sagrado donde vivía su familia.

Había una cámara subterránea por donde pasaba un río de lava que mantenía el suelo caliente. Es ahí donde Anhauitt realizaba sus sanaciones y entraba en trances con la llama del fuego. Recibía mucha información de sus ancestros en espíritu para mantener su medicina viva y en desarrollo. Exploraba más allá de lo conocido a través de su visión remota, podía perfectamente recibir la visión de una serpiente, de un pez, de un jaguar, del búho, de un águila o de un espíritu más allá del tiempo y espacio. Tomaba prestada la visión de los animales en sus oraciones profundas para viajar más allá del tiempo, de vidas, culturas, posibilidades, a lo más profundo de los corazones humanos.

Amaba las plantas tanto como a los animales, pero su pasión era ver y desarrollar el conocimiento de la energía sanadora que estaba dentro de las almas de cada persona. Porque cada persona tiene su medicina para sanar, desde su perfección y mejor versión vibrando en lo profundo de su alma. Ella podía entrar en los túneles sagrados del corazón que llevan al universo del alma y reconocer la medicina de esa persona para entregarle el secreto de su sanación, de su verdad.

Pero no siempre se le creía, y aunque a veces le dolía en el corazón el rechazo, era ley divina dejar que la persona siguiera en el camino de la enfermedad o necedad que le llevaba a no recordarse en su totalidad.
Invocaba medicina a las estrellas, porque sabía que recibía una contestación de sanación. Confiaba plenamente en esa medicina de sus ancestros que necesitaba ser enseñada como semilla de sabiduría para las generaciones venideras. Quiso transmitirla a esos pueblos llenos de miedo, pero no supieron distinguir su luz, l medicina, la verdad y mensaje. Tuvieron miedo de sus propios muertos que pidieron venganza, justicia, amor.

Anhauitt transformaba el agua en pociones milagrosas. Su agua bendita mostraba la luz y la sombra a aquel que la bebiera. Este arte de modificar la información molecular del agua dejando que las ardientes piedras volcánicas y ciertas plantas cocieran en el agua medicina, desapareció para siempre cuando ella murió. Nadie quiso aprender su escuela ancestral y estelar mientras vivió su corta vida.
Su carácter no fue el mejor para hacer amigos y discípulos, porque el día que vio morir a su marido, se encerró en su misión de ayudar y sobrevivir. Su sabiduría era temida por muchos porque veía la oscuridad de las almas, veía las intenciones de las personas y ella no callaba. Era su manera de dar justicia a la muerte violenta del marido y a los dos nacimientos por violación que tuvo. Para ella dar a luz era sacar a la luz la oscuridad de las personas para evitar la violencia. Revelaba verdades, secretos malignos que tenían consecuencias devastadoras. Era temida.

Esa actitud, fue la razón trágica de su muerte. La enterraron viva un día lluvioso, para que se ahogara por el agua y la falta de aire. En el frío de la tierra, mientras pedía a la Madre Naturaleza cobijo y amor, juró que no volvería más a ser médico de las estrellas hasta que los seres humanos supieran apreciar la medicina sagrada y volverlo a intentar.

No le dio tiempo a enseñar y a terminar su misión en el tiempo sagrado de su contrato kármico. Quedaron por hacer muchas cosas, incluso junto con Wichexhl, que también ejercía de curandero. Dejó dos hijos por criar y educar en su arte de medicina, los cuales siguieron viviendo en la tribu que ella consideraba su familia, porque les cocinaba a todos, y recibía mucho cariño.

Anhauitt estaba cansada de ver que las personas no aceptaban vivir en la armonía y paz, estaba cansada de vivir en una lucha contra la necedad y el poder del engaño, por eso contaba las profecías. Reunía durante tres días a los jóvenes de las aldeas a comer en su hoguera donde cocinaba en una paila enorme, para que aprendieran a abrir su corazón al amor, a la hermandad, para que conocieran las leyes universales que rigen la vida espiritual. les entregaba llaves de conocimiento. No enseñaba imponiendo lo que sabía, sino que contaba dando de comer, porque cuando comes, confías.

Cuando das comida, das vida. Cuando das comida, proteges. Cuando das comida, compartes tu casa. Das fuerza, poder, cuentas tus sueños, intimidades. Podían compartir sus culturas, sus tradiciones para unirlas, para mejorarse. Ella solo quería unir a los pueblos para que fueran más fuertes, para que construyeran templos, centros de observación de astronomía, para que compartieran medicina, cantos, alegría, familias. Quería unir la vida, el alma, los animales, la Naturaleza.

Anahuitt se pintaba su cuerpo de figuras de animales azules, verdes, blancos. Quería parecerse a los guacamayos, usaba sus plumas para peinarse y decorar su ropa. Cantaba imitando el canto de los pájaros, del viento, del agua. Y eso mismo hizo, mientras perdía para siempre su último aliento mecida por la Madre naturaleza, despidiéndose de sus hijas, de los animales, de una vida troncada a medias, llamando al espíritu de su marido que le esperaba entre cantos y sonidos de las estrellas.

Cuentos sagrados, volver a la vida recordando.

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